mardi 17 novembre 2009

Opinión: México y Brasil: caminos opuestos


por Mario Odeja Gómez
A mediados de 2009, los presidentes de México y Brasil, Felipe Calderón y Luiz Inácio Lula da Silva se reunieron en Brasilia. Brasil vivía el apogeo de su desarrollo interno y de su prestigio internacional. México estaba sumido en una crisis económica, en una guerra contra el narco y distanciado de varias naciones. Brasil era el indisputable líder del Mercosur. México era menospreciado por sus socios del TLCAN. Brasil estaba próximo a ingresar al Consejo de Seguridad de la ONU con un claro objetivo. México ya era miembro sin proyecto alguno. Calderón propuso una alianza entre Pemex y Petrobras cuando Brasil acababa de descubrir ricos yacimientos de petróleo y en México la producción se desplomaba y las reservas se agotaban.

Estas grandes diferencias se deben a múltiples causas. Pero hay una que se debe destacar por ser fundamental. Brasil cuenta desde mucho tiempo atrás con un proyecto nacional y una decidida voluntad política para llevarlo a cabo. México ha extraviado el rumbo y vaga por el mundo sin proyecto, sin liderazgo claro ni mayoría ciudadana que lo respalde. Lejos han quedado aquellos tiempos de sólida estabilidad política y alto y sostenido crecimiento económico, que fue conocido en el mundo como “el milagro mexicano”.

Esta clara voluntad política para ser una potencia persiste en la actualidad. En el Brasil contemporáneo, por ejemplo, esta voluntad se da en todos los sectores políticos con independencia de ideologías y otros objetivos. El presidente Lula, de filiación de izquierda, trabaja para convertir a Brasil en una potencia. Para ello fomenta el nacionalismo, la unidad y la estabilidad y remueve todo lo que se interponga a esta política. En una ocasión, su ministro de Justicia planteó la intención de revisar la ley de amnistía a los militares involucrados en violaciones a los derechos humanos durante el periodo de la dictadura militar (1964-1985). El presidente Lula se apresuró a rechazar el proyecto y dijo que había que “aprender a considerar a nuestros muertos, estudiantes y obreros como héroes y no más como víctimas de la dictadura”.

Igualmente importante es mencionar que Lula ha expresado su deseo, en forma reiterada, de ampliar el Consejo de Seguridad de la ONU para incluir a Alemania, Japón, India y Brasil con carácter de miembros permanentes. O sea, Brasil se autoproclama así potencia mundial y solicita a la comunidad internacional ser reconocida como tal mediante su ingreso al Consejo de Seguridad como miembro permanente y participar, al lado de los grandes, en las altas decisiones de política mundial.

En la reunión de ministros de finanzas del G-20, celebrada a mediados de marzo de 2009 en Inglaterra, Brasil, junto con Rusia, India y China hablaron con una sola voz y solicitaron para ellos un aumento en el poder de voto dentro del FMI. Lula se ha acercado a China particularmente, a la que ha visitado en dos ocasiones. Pretende convenir una alianza estratégica entre ambas. Cabe hacer notar que China ya desplazó a Estados Unidos como primer socio comercial de Brasil. Además, Lula habló a nombre de América Latina con Barack Obama a dos meses de que éste asumiera el poder.

Para 2009 la posición internacional a la que Lula había conducido a Brasil alcanzaba ya los niveles de la alta política mundial. El 23 de julio de ese año la prensa informaba que el canciller de Israel había solicitado a Lula interceder ante el gobierno de Irán para disuadirlo de continuar su programa nuclear. En septiembre siguiente se supo que Brasil había acordado con Francia la adquisición de cinco submarinos, uno de ellos de propulsión nuclear, 36 aviones caza y 50 helicópteros por valor de 16.5 mil millones de dólares. La razón para ello, según el gobierno brasileño, es la necesidad de proteger los yacimientos petrolíferos recién descubiertos. Sin embargo, es obvio que ello le permite también consolidar sus perspectivas como nueva potencia económica, diplomática y militar. Ese mismo mes se supo por la prensa que Brasil ya reunía los conocimientos para fabricar la bomba atómica.

Por otra parte, Lula empezó a hablar recio al asumir por decisión propia el papel de garante de la seguridad y la democracia en América Latina. Exigió a Colombia y Estados Unidos dar garantías de que las fuerzas militares estadunidenses estacionadas en bases colombianas no participarían en acciones fuera de ese país. Además, propició el regreso furtivo a Honduras del depuesto presidente Manuel Zelaya al darle refugio en la embajada brasileña y mantener así viva la resistencia antigolpista. Y como corolario de todos estos logros, Brasil se prepara para albergar la Copa Mundial de Futbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

En la actualidad Brasil ejerce, en forma evidente, un claro liderazgo en el Mercosur, esquema de integración económica deliberadamente independiente de Estados Unidos. Este liderazgo es competido por la Venezuela de Hugo Chávez, pero sin la interferencia de su tradicional rival, Argentina.

Por otra parte, en Brasil existe un agente socializador muy potente que es el futbol. Este alimenta el nacionalismo en forma significativa. Brasil ha sido campeón mundial de futbol en repetidas ocasiones y cuando no, ha jugado las finales, como en París de 1998, u ocupado sitios importantes en los torneos. O sea, Brasil es una tierra de “triunfadores”, lo cual genera un sentimiento de orgullo nacional.

México, por su parte, siempre ha tenido el afán de lograr un desarrollo independiente. Lo de independiente se interrumpió, al menos de manera formal, con la firma del TLCAN. El afán por el desarrollo continúa, pero ahora en sociedad con dos países. El respaldo ciudadano para el TLCAN no fue total y ahora, con la crisis iniciada en Estados Unidos, cada vez hay más voces que cuestionan la pertinencia de estar ligados a ese país tan estrechamente y por medio de tratado.

Por otra parte, a diferencia de Brasil, en México se ha buscado, deliberadamente, reabrir viejas heridas políticas ya cicatrizadas, reviviendo así divisionismos. Vicente Fox, durante su mandato, creó la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado. Lo curioso es que este gesto, lejos de calmar los ánimos de los agraviados, los exacerbó, exigieron más y se llegó al extremo de que hoy día un ex presidente de la República vive bajo arresto domiciliario.

También, a diferencia de Brasil, México no es una potencia en materia de futbol. En los torneos mundiales ocupa más bien lugares intermedios que si bien generan satisfacciones, también crean sufrimientos. Sucede que si bien México no es una potencia en futbol, sí lo es en materia informativa. La consecuencia de ello es que los medios de información magnifican las victorias, pero igualmente las derrotas, haciendo con ello más jubilosas las primeras, pero al mismo tiempo más humillantes las segundas. En un balance general, sin embargo, es muy probable que el futbol produzca en los mexicanos más satisfacciones que desilusiones. Por ello, el futbol es en México, también, una fuente de alimento para el orgullo nacional, pero no en el mismo grado que en Brasil.

En México el divisionismo ha estado presente a lo largo de su historia. México nació como país conquistado, no colonizado. Durante el primer siglo de vida independiente el país estuvo plagado de guerras intestinas. Después vino la Revolución y con posterioridad a su victoria las distintas facciones combatieron entre sí, finalmente vino la guerra cristera. Todos estos conflictos dejaron enconos que no se han olvidado.

Por último, cabe decir de hoy día que una élite que ha permitido que casi la totalidad de los bancos esté en manos de consorcios extranjeros, lo que no sucede en Canadá que también es signatario del TLCAN ni en ninguna de las quince mayores economías del mundo, es lógico que no tenga aspiraciones de que México llegue a ser una potencia. Se podrá argumentar que esto favorece la competencia entre los bancos en beneficio del consumidor, lo cual es cierto. Sin embargo, ello contradice la definición misma de potencia.

Una élite que permite que un país exportador de petróleo como es México, tenga por otro lado que importar gasolina del extranjero, mientras Brasil explora en aguas profundas del golfo de México en busca de nuevos mantos petrolíferos, debe tener aún menos aspiraciones de que su país sea una potencia.

Una élite que tolera que lo mediático determine la agenda nacional en sacrificio de lo importante, es claro que ni siquiera llegue a plantearse la idea de México como potencia.

En conclusión puede decirse que México parece condenado a seguir vagando sin rumbo hasta que las élites despierten de su extravío y surja un consenso amplio que dé sustento a un proyecto de nación.

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