Por Jürgen Schuldt
Universidad del Pacífico
La mutua indispensabilidad entre el gran capital extractivo extranjero y los gobiernos “nacionalistas” del subcontinente es evidente, pero debería mantenerse dentro de rangos bien delimitados. Que se trata de un equilibrio delicado lo demuestra la extraordinaria conversación que en Madrid sostuvieran Hugo Chávez y el presidente de Repsol (setiembre del 2009). Este le confiesa al líder del socialismo del siglo XXI que “nosotros estamos muy cómodos y siempre con muy buena relación con el gobierno, con PDVSA y con el ministro”, a lo que el bolivariano responde: “¿Te das cuenta? No somos tan diablos, ¿eh?”, añadiéndole de refilón: “¿Qué vamos a hacer con tanto gas?”. A lo que el español le respondió cachacientamente: “Alguna utilidad le encontraremos”.
La inevitabilidad del continuismo primario-exportador también la han descubierto nuestros vecinos más cercanos para cubrir sus inexplicablemente alicaídas arcas fiscales. Desde el proyecto de la Revolución Ciudadana, Rafael Correa se disparó contra sus crecientes opositores, confirmando aquellas preferencias: “Las comunidades no son las que protestan, sino un grupillo de terroristas. Los ambientalistas románticos y los izquierdistas infantiles quieren desestabilizar al gobierno” (diciembre 2007), porque “es un absurdo estar asentado sobre centenares de miles de millones de dólares y por romanticismos y novelerías decir no a la minería” (octubre 2008). Evo Morales, por su parte, marcaba la misma pauta contra quienes supuestamente querían “una Bolivia sin petróleo. Entonces, ¿de qué va a vivir Bolivia?” (octubre 2009).
De manera que, ni en esos países ni en el nuestro, existe posibilidad alguna para transitar del capitalismo al socialismo, como tampoco habrá cambio sustancial del modelo primario-exportador. Aunque a la larga (¿en unos veinte años?) sí podría constituirse el tan necesario mercado interno amplio, que nos cobije frente a los embates externos y nos asegure cierta paz social doméstica. Evidentemente tampoco se trata de cerrar todos los pozos gasíferos y las pozas mineras. Para eso está el Estado, quien deberá negociar adecuadamente las concesiones que se brinden a las empresas transnacionales (ETN), respetando los derechos de los pueblos y de la naturaleza.
Así que el comandante no debería despertar miedo alguno. Ese miedo debemos guardárnoslo para los que tienen miedo, que son los mismos que durante la campaña y en la CADE pasada se llenaron la boca con cocteles de inclusión social y que ahora vienen gestionando visas y preparando maletas para sus inversiones, ahorros, familias y mascotas. No parece que quieran construir una sólida democracia andina. ¿O será que los Nuevos Dueños del Perú estarán dispuestos, por una vez, a concertar, a cooperar y a compartir con el próximo gobierno para sentar las bases para ir estableciendo la igualdad de oportunidades?
El eje del muy completo y ambicioso plan de gobierno de Gana Perú propone reformar la económicamente fragmentada y socialmente excluyente sociedad, para convertirla paulatinamente en nación. Para ese efecto, la Gran Transformación consistiría en la aplicación de una serie de políticas redistributivas y de generación de ingresos para financiar programas sociales masivos y establecer un amplio y diversificado mercado interno descentralizado. Como tal es un programa claramente socialdemócrata, con lo que –bien llevado– ocuparía la yerma centroizquierda que el APRA abandonó hace décadas.
Los principales candidatos para sufragar el sustancial financiamiento requerido serán –sin duda y como debe ser– las grandes corporaciones de los sectores extractivos de nuestros recursos naturales no renovables. Por lo que habrán de incrementarse los impuestos a la renta para alimentar el canon y/o el que se aplicaría a las sobreganancias, así como las regalías para restituir el capital doméstico explotado.
En ese entendido, es evidente que la principal contradicción económico-política de este esquema dual de “desarrollo” radicará en la potencialmente conflictiva relación que pueda darse entre dos coaliciones. De un lado, actuarán las empresas transnacionales (ETN), a las que habrá que seguir ampliándoles cuidadosa y negociadamente las concesiones que son indispensables para financiar el proyecto político. Del otro lado del espectro, será indispensable cumplir con los desde siempre ignorados derechos e intereses de las poblaciones involucradas directa e indirectamente en esas explotaciones y de las que se encuentran en la base de la pirámide.
El desequilibrio distributivo y, consecuentemente, el choque de intereses pueden desatarse desde cualquiera de los dos bandos.
Sea porque el gobierno otorgue excesivas concesiones a las ETN, con lo que amenazaría el desborde social; sea porque la proliferación de las movilizaciones sociales traben la expansión del capital extranjero extractivista, con lo que se ahogaría la economía.
Por lo que Humala tendrá que aprender a navegar con mucha precisión –como Ulises en su momento– en ese estrecho marítimo que discurre entre las rocas habitadas por Escila y Caribdis. Será ese el reto que tendrá que asumir el timonel: escabullir a cada una de esas voraces criaturas para constituir la Economía Nacional de Mercado. Es un esfuerzo que parecería la cuadratura del círculo, ya que deberá cuidar –negociando las condiciones pertinentes– a las gallinas de los huevos de oro para poder alimentar el proceso que permita establecer el indispensable equilibrio sociopolítico y el que debe darse entre un mercado doméstico amplio y una sólida base de exportaciones.
Publicado en La República, Lima, 01/05/2011
mercredi 4 mai 2011
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