Existe coincidencia en que en la Argentina se asiste al fin de ciclo del peronismo gobernante, y en torno a este fenómeno se alzan diferentes motivaciones para hacer frente al kirchnerismo declinante. Los partidos políticos, los medios de comunicación y los grupos de interés, fijan en la agenda pública sus prioridades en donde figuran desde la venganza personal y las revanchas sectoriales, hasta las apetencias políticas legítimas de diferentes líderes políticos.
A ese conjunto tan heterogéneo, tanto en su naturaleza como en sus objetivos, se lo está denominando “oposición”, sin hacer el distingo correspondiente y llevando el juego político a la regla de suma cero con el que el matrimonio Kirchner ha operado durante toda su gestión y la que no piensa abandonar aún frente a una correlación de fuerzas adversas como la que hoy se plasma en el Poder Legislativo.
Del mismo modo en que las grandes políticas de Estado –ausentes en nuestro país- necesitan de un amplio consenso de las fuerzas políticas, fijar los límites y las reglas de juego a un Poder Ejecutivo impermeable al diálogo son materias en las que todo el arco opositor puede cerrar filas, aunque en ese arco figuren expresiones ideológicas, partidarias y doctrinarias antagónicas. Sin embargo, cuando se trate de cuestiones de política pública, la tensión de ese arco cederá ante las diferencias naturales que lo componen y la cohesión flaqueará indudablemente.
El lenguaje mediático fija estos dos bandos “oficialismo” y “oposición”, creando a esta última como un todo compacto enfrentado en forma monolítica y sin posibilidad de consenso, reproduciendo la lógica del peronismo gobernante. Por su parte el kirchnerismo interpela a líderes políticos –como Elisa Carrió- que refuerzan esta idea de posiciones irreductibles y de diálogo de sordos.
Por estas razones, la oposición debe ser de calidad, debe mantener su identidad y no sucumbir ante la idea tentadora de formar un todo, poderoso pero cuya altura y alcance depende de frágiles zancos.
La UCR como oposición
Un caso claro de este fenómeno de lo que se acaba de describir es el papel que le toca representar a la UCR como segunda minoría en el Poder Legislativo. Antes de la elección de junio de 2009, algunos sectores poderosos alentaban la constitución de listas en las que unieran sus fuerzas candidatos de distintos partidos, sólo considerando el daño electoral que se le podía hacer al oficialismo. El “rejunte” propuesto no fue aceptado por la UCR que acordó una coalición con programas e ideas compartidas por sus integrantes.
Algo similar ocurrió cuando se debía elegir a las autoridades para presidir las Cámaras. Muchas fueron las voces –sobre todo del peronismo llamado disidente- que querían arrebatarle ese lugar a la primera minoría, como forma de hacer sentir el rigor de la nueva situación al matrimonio Kirchner. Sin embargo, la UCR respetó la regla y la tradición parlamentaria que se corresponde con el régimen presidencialista argentino y que consagra dicho lugar a la primera minoría de los cuerpos legislativos.
Por estas razones, el radicalismo no tiene la responsabilidad de “juntar” a las distintas expresiones opositoras en la formación de un bloque, porque no puede depender de liderazgos individuales y porque no puede desconocerse que estamos en las estribaciones de un período electoral en el que la ciudadanía necesita ofertas variadas y no simplemente asegurarle que los Kirchner no gobernarán más.
Un ejemplo de esta situación es la necesidad de replantear el Presupuesto Nacional, o coparticipar el producido de la llamada ley del cheque, pero otro asunto es definir cómo reformular el presupuesto o distribuir el impuesto. En este último caso, cada fuerza tendrá una propuesta que surja de los lineamientos partidarios.
En su declaración de Córdoba el radicalismo subraya: “En la Argentina de este tiempo con mayoría social opositora, la responsabilidad principal de la UCR es la de contribuir a la construcción del sujeto político oposición como alternativa de cambio y opción progresista moderna en la vida política que instale una variante superadora frente al populismo que, independientemente del ropaje que utilice - neoliberal, tecnocrático o movimientista - desprecia la democracia representativa, subestima el papel de los partidos políticos y reduce a los ciudadanos al papel de consumidores o espectadores del mundo del espectáculo.”
La eterna interna
El PJ está procesando sus problemas políticos a su usanza. Las lealtades con el kirchnerismo son cada vez más difíciles de sostener y los que ya se abrieron no encuentran el modo de encolumnarse o hacer encolumnar en un nuevo liderazgo partidario, presidido nuevamente por Néstor Kirchner.
El diputado Felipe Solá, los Rodríguez Saá no saben si irán por fuera o por dentro del partido. Eduardo Duhalde sostiene que irá por dentro testimoniando su compromiso con el sistema de partidos y Carlos Reutemann, Francisco de Narváez y Mauricio Macri juegan a la seducción mediática. Pero en conjunto siguen esperando que aclare un panorama en el que hasta Carlos Menem volvió a los primeros planos con sus presencias o faltazos a su butaca de senador.
No hay a la vista un liderazgo definido para hacer frente al kirchnerismo que mantendrá su postura inflexible. Con su actitud y su situación objetiva no podrá evitar que el Congreso se convierta en un escenario del humor político y social, pero le quitará la atribución de ser una herramienta de transformación, mediante el veto y la cooptación.
En este panorama, la sociedad presenciará triunfos y derrotas de la oposición e irá juzgando el comportamiento de los líderes políticos ante cada discusión que se plantee.