Por José Luis Reyna
Hace una semana el presidente de Brasil visitó la Casa Blanca. Lula se convirtió en el primer jefe de Estado latinoamericano que es recibido en Washington en la nueva era de la política estadounidense. No se trata tan sólo de un detalle diplomático. De las múltiples lecturas que pueden desprenderse de esta reunión sobresale una: Estados Unidos ha escogido a Brasil como su interlocutor en América Latina y, a la vez, le reconoce su supremacía en el contexto de la región. Se ha confirmado, por otra parte, que el presidente Obama visitará México hacia mediados de abril. Antes de que eso ocurra, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hará una visita a nuestro país, antes que concluya este mes de marzo. El encuentro de Lula y Obama es significativa, pues a principios del mes entrante tendrá lugar la reunión de las 20 economías más importantes del mundo en Trinidad y Tobago. Ambos mandatarios llevarán propuestas previamente acordadas, lo que implica que, como se decía, Brasil será por ahora el interlocutor de Obama en América Latina.
Sería imprudente aceptar el argumento de que la señora Clinton viene a México por razones amistosas. Lo sería también pensar que la visita de Obama, después de la cumbre del G-20, tenga un rasgo de cordialidad. La visita, sin subestimar los rasgos deferentes que puedan ocurrir, tiene como objetivo establecer una política ante el grave problema de inseguridad que se ha asentado en México y que empieza a preocupar en demasía a Estados Unidos. Se definirán estrategias conjuntas al respecto, y mientras se instrumentan Brasil será la pieza clave de Estados Unidos en la región.
En otras palabras, Brasil será el conducto mediante el cual el nuevo gobierno estadounidense establecerá comunicaciones con el resto de los países de la región, México incluido. Nuestro país podría haberlo sido pero la conflictiva vecindad, agravada por el enorme consumo de estupefacientes al norte del Río Bravo, convierten a México en un país que no puede cumplir la función de interlocución: no tiene la legitimidad política de Brasil.
La política exterior mexicana en relación con nuestro vecino del norte tiende al deterioro. El gobierno de Calderón ha recibido de la nueva administración americana severas llamadas de atención que, en vez de negociarlas, le han servido de pretexto para la confrontación. La milicia estadounidense empezó con el concepto de “Estado fallido”. La difícil situación creada por la lucha en contra de los cárteles de las drogas permitió a algunas autoridades estadounidenses sostener el argumento de que hay una guerra en la que no se perfila un claro vencedor. El único ganador parece ser El Chapo Guzmán, quien, por artilugios desconocidos, ha resultado ser uno de los gánsteres más ricos del mundo.
La guerra comercial que se ha entablado entre México y el país vecino, pese a que está en juego un pequeño monto del comercio bilateral, es prueba de que el deterioro es evidente. No dejar circular transportes mexicanos en el territorio vecino induce a tomar represalias arancelarias en contra de productos estadounidenses que si bien lastiman al país vecino no lo afectan significativamente. En cambio, las respuestas de éste pueden ser de dimensiones incalculables para México.
No es descabellado sostener la hipótesis de que Obama quiere tener una relación más “armónica” con Latinoamérica. No es fortuito que Lula, en su encuentro con él, haya sugerido una aproximación con Venezuela, Cuba y Bolivia, tres países que se oponen a lo que solía llamarse “imperialismo”, pero que hoy en día constituyen una especie de “eje” que se opone a la política estadounidense, en particular la que ejerció Bush. Los guiños del gobierno de Raúl Castro hacia Obama son claros. Ha destituido a un “ortodoxo” ministro de Relaciones Exteriores, y Chávez, sin dejar de criticar, ha dado la bienvenida al nuevo gobierno estadounidense en aras de suavizar el bloqueo que se ejerce sobre la isla desde hace más de 40 años.
La relación entre Estados Unidos y América Latina tiene lugar en un contexto de severa crisis económica. Eso dificultará, en muchos aspectos, que las relaciones puedan tener la fluidez para que se hagan menos ríspidas. Sin embargo, México tiene que tomar nota que está siendo desplazado por la nueva administración estadounidense y su reemplazo se encuentra en el cono sur, liderado por Brasil. No se trata, por supuesto, de una competencia para saber qué país es más poderoso que otro dentro de la región. Se trata, sobre todo, de que México es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos y nuestro gobierno parece ignorarlo y prefiere confrontar que negociar. Así lo está demostrando la administración calderonista.
Estados Unidos busca una nueva relación con América Latina. Lula, pese a que está a punto de concluir su mandato, le servirá para tal efecto. México, en tanto, necesita fortalecer la relación con el vecino del norte por la simple razón que, económicamente, dependemos de ellos. No entender esto pone en riesgo la viabilidad económica de México y cede el liderazgo político de la región a otros países.
Milenio (México, 23 de marzo de 2009)
Hace una semana el presidente de Brasil visitó la Casa Blanca. Lula se convirtió en el primer jefe de Estado latinoamericano que es recibido en Washington en la nueva era de la política estadounidense. No se trata tan sólo de un detalle diplomático. De las múltiples lecturas que pueden desprenderse de esta reunión sobresale una: Estados Unidos ha escogido a Brasil como su interlocutor en América Latina y, a la vez, le reconoce su supremacía en el contexto de la región. Se ha confirmado, por otra parte, que el presidente Obama visitará México hacia mediados de abril. Antes de que eso ocurra, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hará una visita a nuestro país, antes que concluya este mes de marzo. El encuentro de Lula y Obama es significativa, pues a principios del mes entrante tendrá lugar la reunión de las 20 economías más importantes del mundo en Trinidad y Tobago. Ambos mandatarios llevarán propuestas previamente acordadas, lo que implica que, como se decía, Brasil será por ahora el interlocutor de Obama en América Latina.
Sería imprudente aceptar el argumento de que la señora Clinton viene a México por razones amistosas. Lo sería también pensar que la visita de Obama, después de la cumbre del G-20, tenga un rasgo de cordialidad. La visita, sin subestimar los rasgos deferentes que puedan ocurrir, tiene como objetivo establecer una política ante el grave problema de inseguridad que se ha asentado en México y que empieza a preocupar en demasía a Estados Unidos. Se definirán estrategias conjuntas al respecto, y mientras se instrumentan Brasil será la pieza clave de Estados Unidos en la región.
En otras palabras, Brasil será el conducto mediante el cual el nuevo gobierno estadounidense establecerá comunicaciones con el resto de los países de la región, México incluido. Nuestro país podría haberlo sido pero la conflictiva vecindad, agravada por el enorme consumo de estupefacientes al norte del Río Bravo, convierten a México en un país que no puede cumplir la función de interlocución: no tiene la legitimidad política de Brasil.
La política exterior mexicana en relación con nuestro vecino del norte tiende al deterioro. El gobierno de Calderón ha recibido de la nueva administración americana severas llamadas de atención que, en vez de negociarlas, le han servido de pretexto para la confrontación. La milicia estadounidense empezó con el concepto de “Estado fallido”. La difícil situación creada por la lucha en contra de los cárteles de las drogas permitió a algunas autoridades estadounidenses sostener el argumento de que hay una guerra en la que no se perfila un claro vencedor. El único ganador parece ser El Chapo Guzmán, quien, por artilugios desconocidos, ha resultado ser uno de los gánsteres más ricos del mundo.
La guerra comercial que se ha entablado entre México y el país vecino, pese a que está en juego un pequeño monto del comercio bilateral, es prueba de que el deterioro es evidente. No dejar circular transportes mexicanos en el territorio vecino induce a tomar represalias arancelarias en contra de productos estadounidenses que si bien lastiman al país vecino no lo afectan significativamente. En cambio, las respuestas de éste pueden ser de dimensiones incalculables para México.
No es descabellado sostener la hipótesis de que Obama quiere tener una relación más “armónica” con Latinoamérica. No es fortuito que Lula, en su encuentro con él, haya sugerido una aproximación con Venezuela, Cuba y Bolivia, tres países que se oponen a lo que solía llamarse “imperialismo”, pero que hoy en día constituyen una especie de “eje” que se opone a la política estadounidense, en particular la que ejerció Bush. Los guiños del gobierno de Raúl Castro hacia Obama son claros. Ha destituido a un “ortodoxo” ministro de Relaciones Exteriores, y Chávez, sin dejar de criticar, ha dado la bienvenida al nuevo gobierno estadounidense en aras de suavizar el bloqueo que se ejerce sobre la isla desde hace más de 40 años.
La relación entre Estados Unidos y América Latina tiene lugar en un contexto de severa crisis económica. Eso dificultará, en muchos aspectos, que las relaciones puedan tener la fluidez para que se hagan menos ríspidas. Sin embargo, México tiene que tomar nota que está siendo desplazado por la nueva administración estadounidense y su reemplazo se encuentra en el cono sur, liderado por Brasil. No se trata, por supuesto, de una competencia para saber qué país es más poderoso que otro dentro de la región. Se trata, sobre todo, de que México es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos y nuestro gobierno parece ignorarlo y prefiere confrontar que negociar. Así lo está demostrando la administración calderonista.
Estados Unidos busca una nueva relación con América Latina. Lula, pese a que está a punto de concluir su mandato, le servirá para tal efecto. México, en tanto, necesita fortalecer la relación con el vecino del norte por la simple razón que, económicamente, dependemos de ellos. No entender esto pone en riesgo la viabilidad económica de México y cede el liderazgo político de la región a otros países.
Milenio (México, 23 de marzo de 2009)