La política exterior que adelanta el presidente Lula es un tema casi permanente en los grandes medios de comunicación, particularmente en los magazines de lengua inglesa de reconocida influencia en la formación de la opinión pública internacional, como Newsweek o The Economist.
Dos géneros de razones parecen estar en la base de este cada vez más creciente interés por la política exterior de un país que todavía no es considerado ni como una gran potencia, ni como un verdadero imperio.
En primer lugar, por el carácter febril y diversificado de la acción que en este campo despliega el presidente Lula y, en segundo lugar, por la escasa homogeneidad de esta acción, por su carácter, digamos, contradictorio.
Lula, en efecto, despliega su actividad como canciller de Brasil en los más diversos escenarios geopolíticos. Al igual de lo que hoy en día sólo hacen los presidentes de EEUU, la única superpotencia que sobrevive.
Nada de lo humano, al parecer, le es extraño. Y, por la otra parte, si es manifiesta su intensa y diversificada injerencia en todo cuanto acaece fuera de sus fronteras, también es evidente la carencia de homogeneidad o de congruencia en su actuación en esos diversos escenarios, como son contradictorios, desde el punto de vista del éxito o el fracaso, los resultados que obtiene con su febril actividad. Interviene, por ejemplo, en Honduras, en defensa de los principios democráticos que considera de necesario cumplimiento en todas las latitudes, pero no vacila en recibir en visita oficial al Presidente de Irán, reconocido adversario de estos valores democráticos.
Contra la violencia y el enfrentamiento, se reclama partidario del diálogo y ha tratado de servir o ha servido efectivamente de mediador en conflictos de distinta índole, surgido cerca o lejos de las fronteras de su país.
Así, ha mediado en el enfrentamiento entre Ecuador y Colombia en búsqueda del restablecimiento de sanas relaciones y también ha querido participar en el mucho más grave conflicto entre Israel y Palestina.
Pero no ha obtenido éxito alguno en la disputa entre Uruguay y Argentina, entre Venezuela y Colombia o entre los dos bandos sociopolíticos enfrentados en Honduras.
En todas partes surgen las mismas preguntas: ¿Por qué actúa de esta o aquella manera? ¿Lo hace a fin de cumplir con lo que un politólogo brasileño denomina "la vocación universalista de actor global" que estaría inscrita en el destino de Brasil? ¿Lo hace en búsqueda de lograr la integración de Iberoamérica o, cuando menos, de Sudamérica?
Y, ni siquiera en el terreno de una misma ideología, se encuentran dos opiniones comunes.
Pero, en todo caso, este género de interés por la política exterior de Lula sirve para distraer la atención sobre lo que consideramos de suprema importancia en la política del Presidente de Brasil: ¿qué intereses defiende? o ¿cuáles intereses promueve Lula con su política exterior? ¿Los intereses de los parias de Brasil o los intereses de los parias de América o del mundo? ¿La defensa de los intereses nacionales, los de toda América o los que defienden y promueven los creadores del Foro de Sao Paulo?
Preguntas cuya pertinencia aún no ha sido vista, pero que desde ya apuntan a una respuesta: Lula no hace nada que no contribuya a la transformación de su país en un país realmente capitalista, en una potencia que dialogue de quién a quién, no sólo con China, India y Sudáfrica, no sólo con Inglaterra, Francia o Japón, sino con EEUU, ejemplo de democracia, ejemplo de imperialismo, pero, a fin de cuentas, país capitalista.