lundi 18 janvier 2010

Opinión. Elecciones en Chile

Ni más, ni menos, es lo que merecemos
Por Manuel Martínez Opazo


Hemos llegado al final de un ciclo. La oposición ha impuesto su candidato a voluntad de la ciudadanía, las recriminaciones en la Concertación se han de escuchar en varias esferas, pero como dice el aserto, lo que fue ya es y nada que lamentar. No se logró mantener la confianza de los electores, el candidato es probable que no fuese el más apropiado entre los que se podían proponer. No obstante, hay algunos que también tienen responsabilidad mayor en esta debacle y es con todas sus letras Marco Enríquez-Ominami. Su juego peligroso lo llevó a desintegrar una coalición que más que errores del tiempo y la permanencia, fue exitosa en su conjunto.

No han hablado en este tiempo de alternancia y hoy comenzará a darse. Quienes por años nos sentimos identificados con la Concertación, y que desde nuestros lugares concurrimos a dar nuestro fiel y leal respaldo, quedamos sin duda con un sabor amargo. Es como pensar que en una medida distante, pero real, ganó una vez más el fantasma del dictador, aunque los propios que hoy alegremente celebran su triunfo se han alejado de la sombra de este ser repudiable.

Nada de llorar, me decía un amigo al que por años acompañé en política; en política no se lloran las derrotas, al contrario, se comienzan desde el primer día a unificar las piezas del destrozo en la elección que ya fue.

Muchas cosas cambiarán, es seguro que varias instancias de debate se esfumarán. Este diario no seguirá siendo lo mismo, probable y seguramente éstas serán las últimas columnas que se nos permitirá escribir. Luego tendremos que seguir en nuestros blogs ejerciendo este derecho de expresión. De seguro para más de alguno es un alivio que desaparezca la línea editorial de La Nación, porque es el único medio que dio una mirada diferente al país. Jamás -puedo señalarlo- se me censuró, he dicho y escrito lo que se me ha ocurrido. Sé que este medio tiene una clara tendencia de izquierda, nada más claro me ha quedado cada vez que aludo a los santos que los motivan, por mencionar a Chávez, Morales o al decrépito Fidel. Siempre lo he afirmado, nada de dictaduras o gobiernos que preciándose de demócratas terminan armando sus redes y coartando libertades. Debemos tener claridad que los que en este medio han transitado es gente que ha posibilitado el diálogo.

Llega el cambio, y cómo no, si ya veremos cómo muchos espacios son ocupados por los que ayer acompañaron al dictador, ésos que nos han llamado resentidos por reclamar frente a aquéllos que no están, por hablar de derechos humanos, palabra tan repudiable para algunos que están incrustados en la derecha. Los cambios vienen, y espero que sea de verdad para bien, pero es una esperanza obviamente que se ve truncada cuando uno sabe quién es el que está a la cabeza. Es muy prudente jamás fiarse de quien en algún momento nos ha engañado. El pueblo se ha pronunciado, la sociedad debe aceptar la voluntad de la mayoría, somos responsables de cada uno de nuestros actos y en el momento que algo no nos guste, podemos reclamar. Ojalá lo hagamos.

El pasado pesa. Los que lo vimos sabemos que está latente, vivo, con desagrado por haber esperado tanto para este triunfo. La prepotencia puede ser quien gobierne, pero antes de emitir cualquier condena, prefiero mirar un Chile nuevo, lleno de proyectos y capaz que los que hoy asumen el compromiso de dirigir, lo hagan según lo prometido. Si no, han de tener claro que los mismos que los apoyan pueden, con los de oposición, hacerlo sucumbir en el intento mal ejecutado.

Desde hoy soy oposición, no por primera vez; ya lo fui ante una dictadura. Es evidente que esto no debiese tener comparación ni similitud, aunque -insisto- hay seres dentro de las filas de los que comienzan a gobernar que nos recuerdan esa noche tenebrosa y oscura que nos dejó un Chile que siempre nos recordará un antes y un después. Desde ya, gracias por leerme y sin más que asumir la derrota, nos vemos hasta que las circunstancias digan lo contrario.

(Publicado en La Nación, Santiago de Chile, 18 de enero de 2010)