por Peter Hakim
En una generación, América Latina ha cambiado dramáticamente. Hace 25 años la región estaba sumida en su peor crisis económica. Hoy la mayoría de la región disfruta de un rápido crecimiento y la inversión extranjera está en niveles récord. En 1986, América Latina salía recién de sus pesadillas dictatoriales. Hoy en día, sólo en Cuba los gobernantes no son elegidos, aunque, por desgracia, algunos de los presientes elegidos de la región están abusando de su autoridad para restringir la democracia.
Sangrientas guerras civiles afectaban a tres países de América Central en 1986, mientras que la insurgencias amenazaban en Colombia y Perú. Hoy América Latina es una región casi sin guerras, a pesar de que ahora sufre las tasas más altas de violencia criminal.
En los últimos 25 años, las naciones latinoamericanas han reformado sus sistemas económicos y políticos y sus relaciones internacionales, en gran parte para mejor. La crisis económica mundial de 2008 reveló que las instituciones económicas de América Latina y sus directivos eran muchos más fuertes y estaban mejor preparados. Pero también es necesario reconocer las deficiencias económicas de América Latina: ahorro insuficiente, baja productividad, infraestructura de mala calidad, precarios sistemas de educación y grandes desigualdades. Tal vez América Latina supere estos obstáculos, pues en su pasado ha tenido peores. Si es así, debería ser capaz de sostener un crecimiento relativamente rápido, lo que podría empujar a un media docena (o más) de países a la categoría de desarrollados (con ingresos per cápita similares a los que tiene España hoy). Nadie espera otra década perdida, o una nueva crisis del tequila o el colapso al estilo argentino, pero tampoco pueden descartarse como posibilidades.
El futuro político de la región es más nebuloso. Las líneas generales sugieren que, en toda América Latina, las elecciones libres seguirán siendo el único camino legítimo al poder. Las dudas son acerca de la calidad de la democracia. En algunos países las instituciones políticas son cada vez más fuertes. Pero en otros, los líderes elegidos están violando abiertamente los principios democráticos y excediendo su autoridad legítima. La calidad de la gobernabilidad democrática, en parte, depende de los avances económicos y sociales, aunque las elecciones peruanas dejan claro: el éxito económico y el progreso democrático no siempre van de la mano.
La delincuencia, la corrupción y la violencia pueden representar el mayor peligro para la estabilidad democrática en América Latina. Hay razones para pensar que México, Centroamérica, y otros países carecen de la capacidad para resistir la actual ola de criminalidad. Hay espacio para el optimismo, sin embargo, mientras los países latinoamericanos siguen libres de los amargos conflictos nacionales, étnicos, y religiosos que afectan a otras regiones.
Las tendencias recientes sugieren que las naciones de América Latina, o por lo menos las de América del Sur, podrían por fin estarse levantando por encima de sus divisiones, y avanzando hacia una mayor integración regional. Los gobiernos latinoamericanos están experimentando con nuevas expresiones de esta aspiración de larga data, pero es pronto para decir si los nuevos mecanismos institucionales se desarrollarán con éxito.
A pesar de que los latinos son el segmento de más rápido crecimiento de la población de EE. UU., el país del norte y América Latina parecen cada vez más distantes entre sí. La inclinación de Washington por intervenir en los asuntos regionales ha disminuido drásticamente en los últimos años, mientras que China y Europs están ampliando su presencia. Al largo plazo, es difícil imaginar este cambio de trayectoria, a menos que EE. UU., por razones aún desconocidas, vea su seguridad amenazada por los acontecimientos en la región o se dé cuenta de algunas oportunidades económicas extraordinarias.
A version of this article in English is available here.Publicado en América Economia, June 24, 2011
jeudi 30 juin 2011
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