Publicado el 02/06/2011
Por Escenarios Alternativos
La ola de crecimiento económico por la que atraviesa toda Sudamérica, debido al alza sostenida de los precios de sus exportaciones primarias, ha permitido, entre otras cosas, la consolidación de la democracia con la observación de un fenómeno que tiene pocas excepciones: los oficialismos son reelectos, sean estos progresistas, conservadores o populistas. En Uruguay, al Dr. Tabaré Vázquez lo sucedió su copartidario José Mujica, en representación de la centroizquierda de ese país. En Brasil ocurrió lo mismo entre Lula Da Silva y Dilma Roussef, representantes del progresismo, en tanto que en Colombia se repite el caso por el que Juan Manuel Santos fue electo luego del mandato de Álvaro Uribe, ambos de corte conservador. La anomalía a esta regla es Chile, que presenta un giro hacia la derecha que puede explicarse en términos del desgaste que sufrió la coalición –que llevó a su fractura- que gobernó ese país por más de veinte años y a la imposibilidad constitucional de la Dra. Michelle Bachelet a ir por la reelección bajo esas condiciones de agotamiento político del espacio que presidía.
La Argentina no parece escapar a esta lógica política y económica regional que augura condiciones favorables para un triunfo del kirchnerismo en las elecciones de octubre próximo, aunque no está exenta del efecto de desgaste que suponen ocho años al frente del país y de una coalición de gobierno que se ha caracterizado por la inestabilidad de algunos actores que la componen. Cierto es que, pese a esos síntomas visibles, la oposición no ha logrado articular un espacio lo suficientemente amplio y atractivo, aún para los votantes más desencantados del oficialismo, que le permita probarse los ropajes de la sucesión.
Como una primera conclusión podría decirse que nuestra joven democracia sufrió bajo el influjo de las crisis económicas, de las que los partidos de la oposición sacaron partido, y que ahora, ante la ausencia de esas crisis, no sólo se estabiliza el régimen político, sino que esa estabilidad se identifica con el partido de gobierno.
En este contexto vale rescatar los aspectos propositivos de los diferentes espacios de oposición y encontrar personas con capacidad de liderazgo para destacarse de entre una pléyade de políticos cortados por la misma tijera del marketing de los hacedores de imagen. También será una ventaja competitiva la habilidad para tejer alianzas que se aúnen en la vocación de poder, aunque en este aspecto el Justicialismo tiene una tradición y una práctica difícil de igualar.
El PJ es una verdadera máquina de poder que nos permite asistir al espectáculo de la provincia de La Rioja, cuna de Carlos Menem, cuyo reelecto gobernador, Beder Herrera se ha declarado kirchnerista y ha propuesto al ex presidente como senador y a su hija Zulema Menem como diputada. Sin mencionar los acuerdos con los barones del conurbano bonaerense o Aldo Rico y otros que harían que Francisco de Narváez pareciera una transparencia de tul y no un límite infranqueable para Hermes Binner.
Nadie ganó en las vísperas
El omnipresente discurso bajado por el gobierno con sus usinas de opinión y medios de comunicación estatales y adictos, habla de un triunfo arrollador, abonado por los triunfos en las elecciones adelantadas en algunas provincias de escaso peso global, pero de importancia simbólica. Se avecinan, antes de octubre, los comicios de la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, distritos “pesados” en los que el discurso oficial deberá corroborarse. ¿Y si los triunfos no fueran tan contundentes? ¿Y si la debilidad del gobierno se avizorara en septiembre? Ya hemos visto que no existen grandes escollos económicos en el camino, pero los escollos políticos pueden surgir de un momento a otro y dejar sin reacción al rival.
En la Ciudad de Buenos Aires, finalmente la presidente se inclinó por el que mejor medía –aunque no fuera su preferido- y la campaña está centrada en la adscripción de la ciudad al “modelo nacional”, slogan poco afortunado para un electorado pensante y reacio a ese “modelo”, sobre todo político; y a la eliminación de las bici sendas -sin palabras. En Córdoba, los esfuerzos de la presidente por convencer al gobernador Juan Schiaretti de no adelantar las elecciones ya hablan del temor a un traspié en ese distrito o a una victoria no muy contundente, justo antes de octubre. Ese distrito carece de un armado kirchnerista sólido, por lo que el arreglo con el PJ es el único viable. Y en Santa Fe, las posibilidades de un triunfo son menores ante la sólida alianza entre radicales y socialistas, alianza que no depende de los avatares del nivel nacional.
En resumen, la contrastación del discurso con los hechos tendrá efectos sobre el humor electoral de octubre y las internas abiertas, obligatorias y simultáneas podría tener otro efecto no deseado por el gobierno. Aunque, en rigor de verdad, los candidatos a presidente y vice ya estarán definidos con anterioridad y lo único que dirimirían esos comicios serían las candidaturas legislativas.
Si el gobierno – por suma de votos- se muestra por encima de los demás competidores, la interna abierta podría concentrar el voto opositor en aquel que tenga más chance. Si Ricardo Alfonsín ocupara ese lugar, quedaría instalado como el único capaz de forzar una segunda vuelta. Ante este “peligro”: ¿El gobierno anulará esa interna? ¿Preferirá mantener la potencia incontrastada del discurso ganador hasta octubre? Es posible, tan posible como la alternancia democrática en tiempos de economía estable.
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