por Yoaní Sánchez
Capitolio, ron, música salsa tocada en las esquinas, autos que por fuera parecen piezas de coleccionista aunque bajo la carcasa se estén cayendo a pedazos. Eso y más en el capítulo de “Españoles en el mundo” filmado aquí en La Habana. Cincuenta minutos con historias de inmigrantes asturianos, gallegos, andaluces, que han trasladado sus sueños desde el otro lado del Atlántico. Todo es lindo y azul, salpicado de salitre; pero algo no encaja.
Mientras miro el serial tengo la impresión de que me están narrando otro país, una dimensión lejana y con tintes sepias. Las anécdotas de vida de los siete protagonistas, ocurren para mí en un espacio muy distinto a la cotidianidad que conozco. Y aunque me repito –para calmarme– que el serial versa sobre peninsulares regados por el globo terráqueo y no en torno a cubanos perdidos en su propia geografía, no puedo evitar tener una sensación de timo cuando ponen los créditos.
Los guionistas escamotean hábilmente el detalle de que los entrevistados son poseedores de prerrogativas inalcanzables para los nacionales. Les falta decir que pasar una noche en la Bodeguita del Medio o en el cabaret Tropicana, rentar una oficina en el edificio Bacardí, administrar empresas de cosméticos o tabaco, cenar con langosta y vino, son privilegios accesibles –de forma casi exclusiva– para el bolsillo de los extranjeros. Ni hablar del hermoso paseo en yate en una de las últimas escenas, vedado por ley para 11 millones de habitantes. Carece pues, este moderno y divertido programa, de la explicación del desequilibrio, de la narración en torno a la brecha que separa a estos españoles que vienen del mundo de los cubanos que nacimos aquí.
Publicado en Generación Y, 25/04/2011
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