Juan P. Becerra-Acosta
Andrés Manuel López Obrador [AMLO] confirmó que aspira a ser presidente [de México] en 2012. Y expresó que podría competir como candidato del PRD, de Convergencia o del PT. Está en su derecho constitucional, como cualquier mexicano. Pero de ahí, del deseo —de su sueño, de su ambición— a la realidad, a que tenga alguna posibilidad de ganar, hay la misma distancia que existe entre la fe y la ciencia.
Las elecciones no se ganan con creencias y peroratas místicas, con invocaciones y azuzamientos etéreos; se ganan con números comprobables, con dígitos alcanzables, con sumas y restas asibles. Él dice que tiene 15 millones de simpatizantes que ha cultivado durante los recorridos que ha realizado por todo el país desde hace tres años. Quince millones de votos cautivos. Si fuere así, enhorabuena para él, sus adherentes, y quien lo postule: López Obrador sería un candidato muy competitivo, casi ganador.
Sin embargo, las estadísticas duras de hoy dicen otra cosa. En ninguna de las ecuaciones visibles a la fecha López Obrador tiene posibilidad de triunfar: si los candidatos en 2012 fueran estos: él por PT y Convergencia, Marcelo Ebrard por el PRD, Enrique Peña Nieto por el PRI, y Santiago Creel por el PAN, el priista obtendría 40 por ciento (%) de los votos, López Obrador y Creel 14% cada uno y Ebrard 9%. Aun cuando Ebrard declinara a favor de él para evitar una dispersión del voto de la izquierda, AMLO sólo obtendría un lejanísimo 23%. Diecisiete puntos menos que Peña. Una paliza. Los datos son de la encuesta nacional en vivienda de Reforma de mayo pasado.
Pero el problema no sólo es ése: es la mala imagen que tiene López Obrador entre la mayoría de la población: tiene 27% de opinión desfavorable contra sólo 10% de Peña, 11% de Ebrard y 17% de Creel. La opinión positiva con la que cuenta está lejana a la de Peña: 43% del priista contra 30% del tabasqueño. Ebrard tiene 31% y Creel 20%.
El balance de opiniones positivas menos opiniones negativas para AMLO es de más 3 puntos, lejanísimo del de Peña Nieto, que es de más 33 puntos, del de Ebrard, que es de más 20 puntos, e idéntico al de Creel, que es de más 3.
Si lo que importa es que a la Presidencia llegue un proyecto progresista, liberal, socialdemócrata, un proyecto transformador que contraste con las formas de gobernar de priistas, panistas y perredistas, AMLO debería tener la grandeza de hacerse a un lado: es demasiada la gente que nunca votará por él. Pero eso no ocurrirá: él está dispuesto no sólo a inmolarse en su intransigente e intolerante concepto de la política, sino a arrastrar a toda la izquierda a su personalísima, innecesaria, y masoquista Numancia electoral de 2012…
Publicado en Milenio, 12/07/10
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