Por Francisco Castañeda*
Al compás de los resultados de las elecciones presidenciales, se señala que viene el cambio. Como ciudadano, me pregunto: ¿cuál cambio? Chile, desde la década de 1990, desde el retorno a la democracia, marcó una senda de paz, de progreso económico, de respeto inequívoco a los derechos humanos y, sobre todo, de pluralismo social.
Al compás de los resultados de las elecciones presidenciales, se señala que viene el cambio. Como ciudadano, me pregunto: ¿cuál cambio? Chile, desde la década de 1990, desde el retorno a la democracia, marcó una senda de paz, de progreso económico, de respeto inequívoco a los derechos humanos y, sobre todo, de pluralismo social.
El período del general Augusto Pinochet, como lo han revelado las últimas noticias, fue oscuro: violaciones de los derechos humanos, privatizaciones a la medida y sobre todo de un gran sectarismo, perteneciente a sectores que en la actualidad se encuentran “escondidos-cobijados” en la candidatura de Sebastián Piñera.
Aunque Pinochet realizó ciertas transformaciones económicas (como la apertura al comercio internacional), la injusticia distributiva se ensanchó notablemente. Durante esos años disminuyó el rol del Estado en áreas tan sensibles como la salud y la educación.
La Concertación también será analizada a la luz de la historia, pero es incomparable el país que deja y que fue capaz de administrar, pese a los rebrotes de corrupción, que deberían haber sido más crudamente castigados. La razón de este éxito es sencilla: los empresarios ven a Chile como un paraíso para emprender; si tiene dudas, mire las grandes cifras de inversión que se aprestan a ser materializadas. Incluso el Presidente electo Sebastián Piñera ha multiplicado cientos de veces su patrimonio en estos años. Entonces, ¿a qué esperanza alude? ¿A qué cambio?
Un porcentaje de los chilenos no votó Concertación porque están aburridos ya de los bajos salarios, del abuso en las pensiones, del abuso de las isapres y, sobre todo, de una economía que no es capaz de poner límites decisivos a las áreas de influencia del mercado. Aunque la Presidenta Michelle Bachelet redobló su vocación social, transformándola en un “commodity” país, esto fue insuficiente para evitar el triunfo de Sebastián Piñera.
Ahora los ciudadanos se enfrentarán probablemente a un cambio involutivo, a un cambio en el cual el poder del lobby se ahorrará algunos pasos para conseguir prebendas regulatorias; muchos de los financistas y del círculo cercano al Presidente Piñera pertenecen a ese poder del dinero (isapres, AFP, etcétera) y, por tanto, ya no habrá balance en el poder. Qué hablar de fortalecer el rol del Sernac, del Tribunal de la Libre Competencia, de la Ley de Valores, con un Presidente en conflicto de intereses en muchas arenas: la propiedad de un canal de televisión, de una línea aérea, y suma y sigue. El “berlusconismo” piñerista ha llegado a la política chilena.
Si la Concertación resistía débilmente ante estos “poderes” económicos (muchas veces fue “perforada”), ahora ya sobre todo no habrá resistencia alguna. La comunicación será lineal, directa, estrecha. También esta vez el viejo pinochetismo escondió su cara, incluso de las fotografías y actos del ahora Presidente Piñera. Veremos cómo se reinstala y reaparece mostrando su sectarismo, clasismo y discriminación. Es lo que eligió Chile, es lo que respeto, pero los riesgos están a la vista. El cambio tiende a ser involutivo.
* Economista USACh
(Publicado en La Nación, Santiago de Chile, 19 de enero de 2010)
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