por Marcelo Stubrin
A pocos meses de la instalación de un nuevo gobierno en los Estados Unidos, han llegado novedades alentadoras. La ferocidad de la crisis financiera del 2008, no fue obstáculo para que el gobierno demócrata, produjera hechos que resaltan por su simpleza y profundidad.
Contrastan llamativamente con las actitudes de los fanáticos fundamentalistas que gobernaron con Bush dos períodos, pero son gestos que tienen valor. Me refiero a la cuestión cobre Cuba en la OEA y al mensaje del Presidente Obama al Islam, que abordaremos en una próxima entrega.
Veamos: La derogación de la Resolución que expulsó a Cuba del Sistema Interamericano en 1962, es formalmente elemental y tardía pero sustantivamente equitativa y oportuna. Efectivamente la guerra fría es una antigüedad extinguida hace más de veinte años, sin embargo sobrevivieron en muchos departamentos de la administración americana, guerreros pertrechados que seguían apreciando el mundo con una perspectiva nostálgica del conflicto Este Oeste.
La OEA, en su opaca perspectiva de sesenta años, fue escenario del Panamericanismo, es decir recinto del encuentro entre Estados Unidos y América Latina. Desde 1948, muchos dictadores se sintieron cómodos en su seno y cumplieron obedientes el papel asignado para el “patio trasero” de la potencia hemisférica. Sin embargo, el único régimen prohibido seguía siendo el que había cruzado el Jordán refugiándose en la órbita soviética.
Pero nada es eterno, el desprestigio de las dictaduras y los avances jurídicos en el sistema internacional produjeron impresionantes avances en materia de consideración de los derechos humanos, sobre todo a partir del Gobierno del Presidente James Carter (1977-1981), que perduraron en sus tendencias principales.
Las dictaduras comenzaron a ser acosadas por la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y todo cambió. Llegaron las democracias a la región, se incorporaron los países insulares del Caribe y Canadá. Comenzó el proceso de Cumbres de las Américas, se llevaron a cabo cinco ordinarias y dos extraordinarias, y la OEA siguió el ritmo de los nuevos tiempos, aunque con una política de baja intensidad pues debió acompañar las bajas prioridades de la política norteamericana para la región. Muchos conflictos relevantes incluidas guerras declaradas entre países miembros no fueron debidamente receptadas en su seno y –justo es decirlo- debió convivir con un saludable proceso de integración política que se diseminó por todo el hemisferio en una novedosa versión de multilateralismo regional y subregional. Entre ellos los acuerdos de integración económica, el Grupo de Río que le compitió en la política propiamente dicha mediante un acercamiento a la Unión Europea, hasta las más recientes uniones de países sudamericanos que alienta el Brasil con el nunca desmentido objeto de convertirse en interlocutor subregional de la diplomacia norteamericana.
El generalizado escepticismo que campea en América Latina, podría sostener que la resolución es irrisoria, y que el verdadero paso adelante sería la finalización del embargo contra Cuba decretado por la gran potencia, cuya reiterada condena se ha convertido en un sólido acuerdo regional; pero el primer paso, el que inicia el camino, ha sido dado en la dirección correcta. Permite advertir dos elementos de gran importancia relativa: a) La nueva administración demócrata se independiza de la miope visión del exilio cubano, que amordazó durante años las iniciativas positivas de gobiernos y congresistas, y b) Los amplios consensos de la América Latina son tenidos en cuenta por Washington, que pasó décadas intentando imponer una agenda que llevó la OEA, por períodos, a niveles de vaciamiento insoportable. El resultado probable es una mayor concentración del gobierno de Obama en los problemas de nuestra región, descartada por décadas como una prioridad de la política exterior norteamericana.
Aunque no todo es tan lineal y sencillo, pues para lograrlo hacen falta políticas activas en el hemisferio. Dichas acciones que imaginamos direccionadas desde el sur hacia el norte requieren niveles de confianza política entre los gobiernos de la América Latina que hoy no se aprecian. Por el contrario campean algunos retrocesos caracterizados por estrategias formalistas de baja intensidad donde la prioridad parece puesta exclusivamente en la defensa de intereses nacionales excluyentes o desintegradores. Mientras tanto, se han agudizado conflictos binacionales de variada estirpe que afectan la unidad política de la región y en consecuencia disminuyen la calidad de la coordinación de políticas comunes en la relación con las potencias y con los demás foros y espacios multilaterales.
Párrafo aparte merece una nueva complejidad: el ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe). En efecto, la existencia de un bloque de países integrado por Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Dominica, Honduras y San Vicente y las Granadinas, que aguarda la próxima integración del Ecuador, constituye una novedad de inciertas perspectivas para la unidad política del subcontinente, pues se erige en un eje de polarización frontal con los Estados Unidos. Estas posturas se constituyen en un franco contraste con un grupo de países conocidos por la fortaleza de su alianza con el país del norte, entre ellos México y Colombia. Este es el momento de destacar que han firmado el TLC (Tratado de Libre Comercio) con Estados Unidos, además de los mencionados México y Colombia, Chile, Perú, Centroamérica y la República Dominicana, encontrándose en avanzado estado las negociaciones con otros países entre los que se encuentra la República Oriental del Uruguay.
La descripción parcial de este incierto panorama, debe servir para apreciar la necesidad indispensable de otorgar a la política exterior argentina la centralidad extraviada en los laberintos de las prioridades domésticas.
El destino del Régimen Cubano está todavía poblado de incógnitas, pero todas ellas se inclinan hacia el incremento de sus vínculos con las democracias de la región, siempre que la región sea capaz de incluir la finalización del bloqueo en su agenda con Washington. No sabemos cuanto tiempo falta, pero podemos afirmar que para acortar los plazos, hay que cambiar el eje Washington, Miami, La Habana y reemplazarlo por otro más complejo e interesante en el que muestren unidad, inteligencia y responsabilidad todos los países Latinoamericanos.
(Publicado en Escenarios Alternativos, n° 77, junio 2009)
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